Editorial
Abstract
Los seres humanos tenemos comportamiento, cognición y emociones, gracias a que somos animales. Sin embargo, durante milenios, la psicología filosófica occidental se vio atrapada en un miope solipsismo. Por ejemplo, en el dualismo cartesiano, los seres humanos se distinguieron de los animales justamente por su capacidad de pensamiento consciente (res cogitans), mientras que los animales se restringieron a ser concebidos como máquinas fisiológicas (res extensa) que funcionan por reflejo. Esta visión jerárquica hace parte de las metáforas pre-darwinianas de la evolución -scala naturae- que seguían la tradición Aristotélica y Tomasina (Rozo, Carrillo & Pérez-Acosta, 2018), que concebía a los humanos por encima de los animales, las plantas y los objetos inanimados; en segundo lugar después de Dios. Este orden, condujo a teólogos y filósofos empiristas o racionalistas a compartir el narcisismo antropocéntrico.